lunes, 28 de mayo de 2007

Mi poesía

INVASIONES

Es un lazo de tedio
el que se lanza por la tarde.
Anudado en la sequedad
de este cuarto olvidado por todos,
trata de acercar hacia ti
el viento perfumado
de los lirios insomnes.
El agua de los estanques
se estrella en la ventana
y en esa transparencia
recorren el camino
los pechos fugitivos.
Nada se queda quieto,
el sol pretende regresar hacia el oriente;
la luna se desgasta
y las luciérnagas acuden a mirar
otra luz más potente.
Aquel lazo, aquel desgano
acaban por romperse
ante el fragor de tantas invasiones.

lunes, 21 de mayo de 2007

POESIA

Una muestra de mi poesía:


TRAVESÍA

Me gustaría ver
un barco navegando en esta acera;
escuchar el oleaje
cuando doblo la esquina;
encontrar mil cangrejos
en el parque;
llenar de un gran otoño
la cesta del mandado.
Acomodar entonces
mis pasos en tu playa
y al contemplar el mundo
no temer la rompiente.

domingo, 20 de mayo de 2007

Comparto con ustedes este artículo sobre el textil en el México colonial. Se publicó en el número 8 de la revista Pandora cultural (Guanajuato, mayo de 2007, pp. 4-8)


***


EL TEJIDO EN LA ÉPOCA COLONIAL
Eugenia Yllades



Los primeros tiempos

Con la llegada de los españoles, las costumbres y tradiciones de los indígenas de América sufrieron un cambio drástico y la estructura de su sociedad se vio profundamente alterada. En un principio, los frailes que llegaron con el propósito de evangelizar a los nuevos pueblos, tuvieron que observar y aprender de la manera de vida indígena para poder transmitir los contenidos de la religión que venían a implantar. Esto permitió que pudiéramos conservar registros del estado que tenían las cosas cuando llegaron los europeos y si bien hubo muchas pérdidas en cuanto a costumbres, por lo menos conocemos de ellas por las relaciones que hicieron los monjes y los conquistadores.
La cultura hispánica se asentó en México y comenzó el adiestramiento de los indígenas en los oficios necesarios para satisfacer la producción de artículos de consumo para la recién integrada sociedad novohispana. La habilidad de los indígenas para aprender y ejecutar artes manuales quedó constatada y registrada en los diversos testimonios de los cronistas tanto de la época de la conquista, como de todo el periodo colonial. Varios de los frailes que describieron las enseñanzas dadas a los indios nos hablan de casos en los que por mera observación, sacaban las ideas que se trabajaban en los talleres de los maestros españoles y sin decir palabra, iban a su pueblo y construían los instrumentos necesarios y ponían en práctica el oficio logrando resultados excelentes y sin haber recibido ninguna instrucción directa.
Uno de los oficios traídos por los españoles y que posteriormente contribuiría a desarrollar una de las manufacturas más importantes de la economía colonial, fue el de tejedores. Las nuevas técnicas y fibras traídas del continente europeo para la fabricación de telas cambiaron el concepto que se tenía en el mundo prehispánico sobre el tejido, aunque la tradición indígena supo conservar su propio modo de tejer. Antes de la llegada de los españoles, se elaboraban tejidos usando materiales tales como el algodón mexicano llamado ichcatl, pelo de conejo, plumas preciosas y henequén. Muy elocuente al respecto es la descripción que hace fray Diego Durán en su obra Historia de las Indias de la Nueva España, donde nos da una idea de la producción de textiles indígenas. [1]
Desgraciadamente el algodón mexicano se cultiva actualmente en muy pocos lugares y sólo en dos variedades de color blanco, una verdosa y otra en tonos de café claro hasta rojizo, y suponemos que en tiempos de la conquista se cultivaba en más colores por testimonios de algunos frailes como Bernardino de Sahagún. El algodón mexicano, hoy ha desaparecido de las zonas en que hace poco se encontraba sin mucho esfuerzo y una de las causas puede ser que los científicos mexicanos no han tenido interés en conservar y mejorar su cultivo.[2]
En Mesoamérica, antes de la conquista, los indígenas utilizaban el telar de cintura para elaborar sus telas y se han encontrado además telares montados en la tierra. La llegada de los españoles trajo consigo un cambio sustancial en la actividad textil. Las telas que valoraban más eran hechas con lana y con seda y despreciaron las de algodón trabajadas por los indios, a excepción de los acolchados que usaron como indumentaria defensiva, y no fue hasta muy entrada la colonia, es decir a finales del siglo XVII, cuando los españoles apreciaron de nuevo las ventajas de dicha fibra.
En el México prehispánico, la entrega de tributos era algo natural entre las sociedades que eran dominadas por un estado superior, es por eso que cuando los españoles reclamaron su parte de los bienes que los indígenas tenían, no hubo resistencia, pues se habían convertido en los nuevos dominadores. En tiempos prehispánicos, las mantas y telas que se entregaban formaban una parte importante del grueso del tributo y las crónicas de ese tiempo nos permiten imaginar la variedad y el tipo de telas y bordados que hacían los indígenas.
Los encomenderos, es decir, los españoles que tenían a su cargo grandes extensiones de tierras con todo y los pueblos que ahí vivían con la encomienda de evangelizarlos y velar por ellos, recibieron hasta 1570 grandes cantidades de tejidos y ropa como tributo y la mayoría era realizada en los talleres domésticos y en ello participaba toda la familia utilizando los instrumentos antiguos de los nativos, tales como el telar de cintura y los malacates.[3] Fray Toribio de Benavente nos da una descripción de las ofrendas que los nativos ofrecían en las iglesias de Tlaxcala destacando la importancia de los textiles en las ceremonias religiosas.[4]

El periodo colonial

Durante la época colonial convivieron varias formas de producción textil: por un lado, los tejedores indígenas que en la antigua tradición eran casi exclusivamente mujeres que con malacate y telar de cintura elaboraban los vestidos de la familia. Estos talleres familiares perduraron y conservaron su técnica, aunque comenzaron a tejer con lana las prendas típicas y muchas veces incorporaban en su vestuario las prendas utilizadas por los españoles, sobre todo en el caso de los hombres, que cambiaron su indumentaria para no sufrir la segregación cuando tenían contacto con los grupos dominantes. Generalmente, la producción de estos talleres iba destinada al consumo local y a pagar los tributos que se entregaban a los españoles, aunque se conoce de intercambios de productos entre las diversas comunidades indígenas.
Por otro lado, funcionaban también los talleres de artesanos que establecieron los inmigrantes españoles, en los que trabajaban únicamente hombres y que formaban parte de un gremio que tenía una reglamentación específica y en el cual se adiestraba a los aprendices en las artes del tejido. Estos talleres comenzaron en la Nueva España muy tempranamente, pero no pudieron competir con la alta producción de los obrajes y los precios más bajos de la mercancía elaborada por los indígenas. Las telas y prendas hechas en estos talleres se distribuían en mercados locales o regionales.
Por último estaban los obrajes que eran organismos de trabajo varonil concentrado, es decir, lugares que tenían una mayor producción y utilizaban mano de obra barata que en la mayoría de los casos la proporcionaban obreros que eran forzados o comprometidos por deudas con el dueño del obraje. Aquí se producía el grueso de la producción necesaria para satisfacer las necesidades de telas en la Nueva España y las mercancías se distribuían en mercados amplios y que brincaban las fronteras del país.


Los obrajes

Los obrajes fueron células de producción que surgieron poco después de la conquista. Los propietarios eran generalmente españoles que instalaban varios telares y conseguían trabajadores para lograr una producción constante. Al principio se utilizó mano de obra indígena, pero las altas autoridades españolas intentaron evitar el trabajo indígena y las regulaciones de 1609 prohibieron la apertura de nuevos obrajes sin permiso de la corona.
Son variados los testimonios que se encuentran respecto a las condiciones de los obrajes y la de Alejandro Von Humboldt[5] nos dice que ahí convivían los criminales que pagaban pena y los obreros “libres”.
A veces, se contrataban encargados que fueran reclutando hombres para llevarlos, generalmente con engaños al obraje y una vez ahí, no se les permitía salir. Se tiene evidencia de que también había obreros que podían salir un día a la semana, pero debían volver y no podían cambiar de centro de trabajo ejerciendo así un control por medio de las deudas, pues hasta que pagaran lo que debían no podían contratarse para trabajar en otro lugar, so pena de recibir penas más severas por parte de la justicia.
El obraje era un centro complejo de producción, pues ahí se realizaban todas las fases del proceso textil, y por lo tanto existía una división del trabajo muy definida. Ahí se preparaba la lana, se hilaba y se teñía para después tejerla y sacar las telas ya terminadas. La tecnología traída por los españoles facilitaba la producción en mayor volumen y era una inversión importante la que se manejaba en el funcionamiento del obraje, además de que gracias al amplio mercado que se manejaba las ganancias valían la pena.
Debido a la gran producción de lana y a las inversiones de los inmigrantes, los obrajes se multiplicaron rápidamente y para 1604 había ya una buena cantidad de ellos funcionando tanto en la ciudad de México, como en Tlaxcala, Texcoco, Cuernavaca, Querétaro, etc.[6]

La producción textil tenía una estrecha relación con las actividades de los comerciantes y los mineros. Los primeros se encargaban de llevar el producto a los puntos de venta, pero a finales del siglo XVI, el comercio tomó otros cauces y se compraban telas provenientes de Asia para confeccionar sombreros y otras prendas que se revendían luego en Sudamérica y dejaban excelentes ganancias para los comerciantes. De la misma manera, la cantidad de metal circulante se convirtió en un serio problema ya avanzada la colonia, pues casi toda la plata acababa en China donde era más apreciada que el oro. Todo lo anterior trajo como consecuencia disgustos para los dueños de los obrajes y sobre todo para el fisco español, que veía disminuidos sus ingresos por el contrabando y la fuga de metales hacia el oriente.[7]
Los sastres también tenían un lugar importante en la producción textil, pues eran los encargados de confeccionar las prendas utilizadas por los habitantes de la Nueva España. Los testimonios nos dicen que los españoles y también las otras castas desarrollaron un gusto peculiar por el lujo en la vestimenta, a tal grado que se emitieron ordenanzas para regular el lujo que se usaba en los vestidos.[8] Esto era posible gracias al ingenio y la habilidad de los sastres, oficio que les estaba permitido ejercer a los indios y del cual sacaron gran provecho como nos dice fray Toribio de Benavente cuando nos habla de los oficios que los indios practicaban con maestría.[9]
El establecimiento de una nueva estructura en la sociedad que se conformó con los españoles, los indígenas y los negros, hizo desaparecer oficios que existían en la sociedad azteca; por ejemplo, los tejedores de pluma casi desaparecieron pues ya no se tejían penachos ni trajes para la clase guerrera y los emperadores, y como los sacerdotes de los antiguos templos ya no existían, cambiaron los diseños que anteriormente contenían un profundo significado y se bordaban en la ropa utilizada por ellos. De igual manera, los cambios en la indumentaria fueron evidentes, pues los frailes, preocupados por la desnudez en que encontraron a los nativos, establecieron el uso de prendas que cubrieran más, tales como el calzón en lugar del taparrabos o la blusa para las mujeres, pues en algunos lugares acostumbraban traer los pechos descubiertos.
Los obrajes sobrevivieron a las crisis y depresiones que se presentaron durante la época colonial gracias a la tecnología y por el modo de producción más flexible y funcional. Además tenía tras de sí toda una tradición textil en la que podía apoyarse gracias a la existencia de los talleres y la actividad de los tejedores indígenas. Lograron también seguir existiendo a pesar de las importaciones y las múltiples trabas que se les imponían por parte de la real hacienda y también a que no estaban sujetos a tantas restricciones como se les ponían a los gremios, los cuales vieron cada vez más limitada su actividad hasta que finalmente fueron suprimidos a principios del siglo XIX.



BIBLIOGRAFÍA:
De Benavente Motolinía, Toribio. Relaciones de la nueva España. UNAM. México, 1994.
Gómez-Galvarriato, Aurora (coord.) La industria textil en México. Instituto Mora. México 1999.
Haring, C. H. El imperio español en América. CONCA y Alianza Editorial. México, 1990.
Israel, Jonathan I. Razas, clases sociales y vida política en el México colonial 1610-1670. FCE. México, 1980.
Lechuga, Ruth D. El traje de los indígenas de México. Edit. Panorama. México, 1997.
Romero Giordano, Carlos. “El algodón coyuche: un legado casi extinto”. México desconocido. No. 263. Año XXIII. México, 1999.

NOTAS:
[1] Durán, Diego. Historia de las Indias... p. 135
[2] Romero Giordano, Carlos. “El algodón...” p.22
[3] Miño Grijalva, Arturo. “¿Protoindustria colonial?” p. 39. En: Gómez-Galvarriato, Aurora (coord.) La industria textil en México
[4] Benavente, Toribio. Relación... p. 51 y 52
[5] Cfr. Haring,C.H. op. cit. p. 334.
[6] Jonathan, Israel. Razas... p. 30
[7] Idem.
[8] Lechuga, Ruth El traje... 1997.
[9] Venavente, fray Toribio op. cit. p. 143